Dime, Madre, cuándo alojado a tu vientre has de haber bebido el veneno éste
Que corrompe a las tintas manos engrilladas de lo todopoderoso.
Dime, Padre, por qué mancillada tu mirada cabisbajas a la montaña de la sabiduría
Por esto otro que significa ver la sangre de su piel antes del tiempo dado.
Heme aquí, sentido de proverbiales inconclusos, viendo puertas en el cielo
Que de fuego e ira me dejan con los pinceles húmedos perennes.
Cuánta la necedad creada de tener las manos blancas e inmarcesibles
Sin una gota de preciosas diamantes rojas salvajes como la tormenta última.
Cuánta la desesperación de no haber nacido nunca realmente.
Estas letras sortilegias bañadas de sueño han de abrir paso a la primera acción,
Que es la misma que la del desprendimiento de la fruta,
Implacable, volcánica, tan hermosa y tan galaxia.
Una brisa sin voluntad egoica de pájaras palabras nos acoge, mortales,
Una mano que tiñe a los vientos y humecta a toda cumbre como embarazo
Abraza en un abrazo pujante a lo raudal,
Cabalga éstas manos que absolutamente brotan del abismo a sones de espada.
Una pequeña muerte para la vida eterna ha de ser nacida, simientes,
Que corrompe a las tintas manos engrilladas de lo todopoderoso.
Dime, Padre, por qué mancillada tu mirada cabisbajas a la montaña de la sabiduría
Por esto otro que significa ver la sangre de su piel antes del tiempo dado.
Heme aquí, sentido de proverbiales inconclusos, viendo puertas en el cielo
Que de fuego e ira me dejan con los pinceles húmedos perennes.
Cuánta la necedad creada de tener las manos blancas e inmarcesibles
Sin una gota de preciosas diamantes rojas salvajes como la tormenta última.
Cuánta la desesperación de no haber nacido nunca realmente.
Estas letras sortilegias bañadas de sueño han de abrir paso a la primera acción,
Que es la misma que la del desprendimiento de la fruta,
Implacable, volcánica, tan hermosa y tan galaxia.
Una brisa sin voluntad egoica de pájaras palabras nos acoge, mortales,
Una mano que tiñe a los vientos y humecta a toda cumbre como embarazo
Abraza en un abrazo pujante a lo raudal,
Cabalga éstas manos que absolutamente brotan del abismo a sones de espada.
Una pequeña muerte para la vida eterna ha de ser nacida, simientes,